Sobre la Niñez e Infancia
“Una cosa son los universitarios, y otra cosa son los alumnos
secundarios. Déjeme decirle que mi
interlocutor válido ahí son los padres […] Lo que yo digo es lo siguiente: una
cosa son los secundarios, donde todavía no tienen la capacidad para administrarse
solos; y otra cosa son los universitarios, que esos sí, les doy el crédito de
todo”
Labbé, alcalde de
Providencia, 25 de septiembre en Tolerancia Cero.
Lo que
proponemos a continuación, para nada corresponde a una discusión que hemos
comenzado nosotros. Sin embargo, de
todas maneras quisiéramos compartir con ustedes una discusión que hemos ido
alimentando en nosotros a partir de algunas lecturas, conversaciones, y algunas situaciones más o menos problemáticas. Muchos la han
trabajado, en distintos momentos y desde
distintos frentes, pero atacando lo mismo: las concepciones hegemónicas de la
niñez y la infancia.
Illich dirá
que “la
sabiduría institucional nos dice que los niños necesitan la escuela. La
sabiduría institucional nos dice que los niños aprenden en la escuela. Pero
esta sabiduría institucional es en sí el producto de las escuelas, porque el
sólido sentido común nos dice que sólo a niños se les puede enseñar en la
escuela. Sólo segregando a los seres humanos en la categoría de la niñez podremos
someterlos alguna vez a la autoridad de un maestro de escuela”. Sin que sea
la escuela el centro de nuestro
problema en esta instancia, nos preguntamos: ¿Quiénes son esos niños que
necesitan de la escuela? ¿Por qué serían sólo
ellos quiénes podrían ser enseñados en la escuela? ¿A la autoridad de quién
serán sometidos?
Antes de
comenzar, eso sí, quisiésemos hacer dos aclaraciones importantes, al menos para
nosotros.
En primer lugar,
dar la discusión teórica o conceptual, lejos de ser un mero capricho o una
cuestión de vanidad, es para nosotros necesario en tanto entendemos que
nuestras ideas se van traduciendo
necesariamente en la forma en que vemos el mundo y en las relaciones que vamos estableciendo
en él. En ese sentido, también entendemos que parte (tal vez la más importante)
de esas ideas se encuentran naturalizadas, las damos por obvias, las pensamos
así y ni siquiera nos hemos percatado de ellas. Justamente a estas apuntamos.
Queremos forzar la desnaturalización de algunas ideas. La disputa de las ideas
es una cuestión necesaria si lo que queremos es disputar la visión de un mundo
distinto, y, por lo tanto, la posibilidad de vivir un mundo distinto.
En segundo
lugar, y tal vez a modo de aclarar nuestra posición y de anticiparnos a otra
discusión que podría abrirse, pensamos que este problema, el de la niñez y la
infancia, es un problema que trasciende
a las clases sociales. ¿Queremos decir con esto que es un tema más importante
que la lucha de clases? No, lo que queremos decir es que aún en una sociedad
sin clases, las concepciones que tenemos de la niñez e infancia podrían no
haber cambiado lo suficiente. Muchos y muchas han dicho que no da lo mismo ser
mujer que ser hombre, ser negro que ser blanco, ser mapuche que ser chileno, ser
pobre que ser rico. Nosotros agregamos,
no da lo mismo ser niño que ser adulto. Es una posición en la que se es
oprimido de una manera distinta, donde la autoridad no es ni la burguesía, ni
el hombre, ni el blanco, sino que es el adulto.
La liberación debe darse, entonces, en todos los frentes que sean necesarios,
de las maneras que tengan que darse. No da lo mismo ser niño, ni tampoco si ese
niño es además un niño trabajador, ni tampoco si no es un niño sino que además
es una niña, ni tampoco si además se es una niña mapuche.
Luego de estas
aclaraciones, a lo que nos convoca.
En un primer
momento, quisiéramos desarrollar el concepto de niñez, explicando por qué
consideramos que el concepto de niñez
se configura en antagonía con el de adultez,
y qué consecuencias trae que se formen de esta manera. En un segundo momento,
quisiéramos decir por qué tomamos la niñez
como distinta a la infancia. Y
finalmente, intentar esbozar el potencial transformador que reivindicamos de la
infancia.
Niñez v/s Adultez
“Para los efectos de la presente Convención, se entiende por
niño todo ser humano menor de dieciocho años de edad, salvo que, en virtud de
la ley que le sea aplicable, haya alcanzado antes la mayoría de edad.”
Convención sobre los
Derechos del Niño
Se considera
niño o niña a toda aquella persona que aún no haya cumplido los dieciocho años,
lo que nos dice por un lado que la niñez es obligatoria y, por otro, que es insustancial, puesto que de
un día para otro termina, de un día para otro pasamos de ser niños a ser
adultos. Nos encontraríamos, entonces, con una distinción esencialmente
etárea. Sin embargo, en nuestro cotidiano ocupamos estos conceptos
con muchos y distintos significados.
Y, ¿a qué nos referimos con ser niño comúnmente? Por un lado ser
niño va asociado a la alegría, a los juegos, a caerse, a correr y moverse,
ejercer contacto físico sin reparos, no tener obligaciones o responsabilidades,
al descubrimiento del mundo (ya que no se conoce), los niños pueden hacer lo
que quieran (hay que dejarlos ser niños), a la fragilidad (no se pueden
defender), a la dependencia de un adulto, a la inocencia, la pureza, y todo lo
que en general es “bueno” (ya que los niños no son “malos”). Nos vamos
encontrando con que un niño es un individuo que no sabe mucho del mundo y que
actúa según sus impulsos, es por esto que juega, es “irrespetuoso” (no “respeta
el metro cuadrado de cada uno”), se mueve, es dinámico y se ríe siempre, sin
tener que preocuparse por nada más (se para de la silla y se va cuando algo lo
aburre).
Por otro lado ser adulto se
asocia a la seriedad, a las responsabilidades y obligaciones, a no jugar (jugar
es de niños, sin embargo se habla también de juegos para adultos), a no caerse
(caer es vergonzoso), a no correr ni moverse tanto (los adultos son rígidos), a
pasar del contacto físico a la distancia (“respeto por el metro cuadrado del
otro”), a una vida llena de problemas, a no poder hacer lo que se quiera, a
tener que ganar dinero trabajando. Un adulto se va entendiendo como un
individuo que representa todo lo contrario a ser niño En consecuencia es serio,
muy probablemente infeliz, ya ni juega ni corre ni cae. Los adultos son seres
estáticos, “respetuosos” con el espacio personal del otro, entienden el mundo
porque ya son grandes (si no se entiende algo se es weon) además deben cumplir
con ciertas responsabilidades, entre ellas ser independientes, formar una
familia, tener un trabajo, mantener a su familia, y afianzarse en términos
económicos y materiales.
Entre ambos se va formando una
relación donde el adulto debe enseñar al niño a ser adulto (adulto = en
desarrollo completo v/s niño = inicio de desarrollo). Los niños deben obedecer
a los adultos, porque son adultos; los adultos deben ser un modelo a seguir
para los niños, en consecuencia los niños deben aspirar a ser como algún
adulto; los adultos deben cuidar de los niños y velar por ellos, porque no los
niños no saben cuidarse solos y además son el futuro; los niños tienen el peso
de construir un futuro mejor, porque los adultos ya lo estropearon y no pueden
arreglarlo; los niños no pueden contradecir a un adulto, porque el adulto sabe
más (no se metan en conversaciones de grandes); sin embargo un adulto no puede
explicarle a los niños el mundo “tal cual es”, porque los niños son inocentes,
no entenderían y no es bueno arruinar su inocencia (¿cómo se lo explico para
que entienda?...mira el papá pone una semillita en la mamá….); los niños no
saben qué es lo mejor para ellos, porque son niños y tomar decisiones es
trabajo de los adultos; felicitamos a los niños cuando son “agrandados” y nos
burlamos del adulto cuando es “cabro chico”; los niños deben disfrutar su niñez
al máximo, mientras el adulto debe ponerse serio y vivir como tal.
De los niños es el futuro, el
presente es de los adultos.
En este
encuentro de personajes antagónicos nos encontramos con una realidad en la debemos
asumir un rol dependiendo de la edad que tengamos, donde no tenemos más que
reproducir el estereotipo actual de adulto o de niño. No está de más recordar
que vivimos una realidad construida por nuestro lenguaje, una realidad
determinada por el significado de las palabras que usamos para describirla,
realidad en la que el adulto pasa a ser la
figura de autoridad del niño. Es él quien
puede decidir, mandar, castigar, educar, premiar, e incluso a la hora de la
rebelión y la denuncia, son ellos quienes se pronunciarán. Quizás sea por esto que los adultos deben ser distintos y opuestos a
los niños, ya que los conceptos que los definen los diferencian inmediatamente
en función de la edad de cada uno.
Por otro lado, proponemos que la
infancia no hace referencia a rangos etarios ni conductas específicas. Es por
esto que igualarla a la niñez es un
error, la infancia es atemporal y no se
rige por estereotipos. No se es infante por tener una edad en particular o por
jugar, moverse y tener ciertas conductas. Vamos a tratar de explicar, entonces,
a qué queremos apuntar cuando queremos hablar de infancia.
¿Niñez e Infancia?
Una vez
comprendido y asumido lo anterior, quisiéramos continuar con cambiar la forma en que entendemos la infancia. Es quizás éste
el paso más importante para lograr romper con los esquemas tradicionales, que,
como hemos visto, no han hecho más que indefinir en lugar de definir a los niños.
Queremos entender dicha etapa ya no en términos etarios ni en los cánones
establecidos por la hegemonía, sino que, por el contrario, entenderla en
función del potencial que ésta conlleva. Entender la infancia como un tiempo y
una fuerza presente que permite generar cambios, es, quizás, el primer paso que
deberíamos dar hacia la construcción de nuevas formas de relacionarnos y
entender el rol que tenemos como agentes de cambio.
Al hablar de
infancia no estamos entendiendo a los niños y las niñas como futuro, sino que
como presente, como seres encarnados que a cualquier edad pueden engendrar la
posibilidad de que el mundo comience de
nuevo, de que se transforme. La
infancia se nos plantea como un presente lleno de posibilidades, abierto a
cambios, nos permite asumirnos como sujetos incompletos y en una constante
necesidad del otro, aceptando que no lo sabemos todo, pero que tenemos las
capacidades para seguir aprendiendo. Se
convierte no en lo que debemos dejar atrás, sino en lo que debemos continuar a
lo largo de la vida. Consideramos, entonces, que se le han otorgado a la niñez elementos que no
le son exclusivos, como la oportunidad de ser felices, las ganas de jugar,
conocerse, sentirse, y el poder asombrase. De esta manera se nos han impuesto
concepciones hegemónicas de infancia y de niñez que, intencionadamente o no,
han buscado convertir en sinónimos ambos conceptos, o bien, han pretendido
hacer de la infancia una exclusividad de la niñez.
La niñez no será
una categoría que nos sirva a las alternativas de resistencia. Nos hemos acostumbrado a pensar la niñez como una etapa transitoria,
que se pierde, es imposible empoderarse de un lugar del cual inevitablemente se
va salir. Será,
entonces, la infancia y no la niñez nuestra reivindicación.
¿Por qué reivindicar la infancia? Porque como
hemos visto ser niño implica algo muy distinto de ser adulto o una persona “completa”,
porque es acción, es dinámica, porque al ser incompleto debe agenciarse con
otros, y es ese entenderse como un sujeto en constante transformación, en la permanente
búsqueda del conocer y sentir, del vivir, el que aquí reivindicamos.
Para ir cerrando en esta ocasión[1],
terminar por recordar que, si bien uno de los puntos centrales que hemos
querido discutir es el concepto de infancia quitándole la exclusividad de ésta
a la niñez, también nos resulta importante, necesario, abandonar las relaciones
autoritarias que tenemos con los niños, y parte importante de hacer eso, es,
justamente, hacerlo. Ir abandonando
los privilegios que da la adultez, los “las cosas son así porque yo digo”, los
“yo decido por ti”, los abusos y las tantas formas de reproducir esta relación
viciada, constituyen un paso que podemos ir dando mientras tanto.
[1]Para nada pretendemos haber
cerrado un tema, ni haber entregado muchas definiciones o claridades. De hecho
nos ha costado no introducir más problemas en torno a lo mismo, como sobre la
escuela, o sobre la historia de la niñez, o sobre las políticas públicas dirigidas
a la infancia, sabiendo que no íbamos a poder desarrollarlos todos en esta
oportunidad. Lo que nos mueve en esta ocasión es instalar la discusión e
algunos, seguir dándola en otros.